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Todos tenemos el compromiso de asumir la responsabilidad, de responder como Hijos de Dios ,buscando siempre lo más perfecto, lo más bueno y rechazando todo mal . El cristiano solo se pone mal cuando ofende a los hermanos y no por el mal recibido,

miércoles, 19 de enero de 2011

Santa Catalina de Génova

Catalina nació en Génova en la primavera de 1447, de la noble familia Fieschi.
Muy joven fue desposada con julio Adorno (13-1-1463); matrimonio no por amor, sino provocado por el oportunismo político al que fue sometida. Los primeros años fueron tristes y desolados, por el carácter difícil del esposo. Catalina logró superar la crisis, después de la visión de Cristo derramando sangre (22-3-1473). Desde entonces se dedicó mas aun al ejercicio de la caridad.
Las oraciones, los sacrificios y el ejemplo de Santa Catalina dieron provocaron la conversión de su esposo. A los treinta años (1478) se retiró con el marido a vivir en el hospital civil de Parnmatone poniéndose a tiempo completo al servicio de los enfermos de los cuales vino a ser una humilde enfermera y sucesivamente, administradora y rectora (1489).

Fue dotada por Dios de excepcionales gracias y es contada entre las mas grandes místicas.

De su experiencia personal de purificación nació su brillante "Tratado del Purgatorio". Determinante fue su influjo en la vida eclesial de su tiempo, con el Movimiento del Divino Amor - por ella inspirado, sobre la espiritualidad moderna a través de la Escuela Francesa de los siglos XVI - XVII que sintió mucha admiración por ella. Murió consumida por el fuego devorante del amor al alba del 15 de Septiembre de 1510.
Fue canonizada en 1737 por el Papa Clemente XII. Pío XII, en 1943, la proclamó "Patrona de los Hospitales Italianos".

Vida de Santa Catalina de Génova
Santa Catalina de Génova, perteneció a la familia Fieschi,  siendo la quinta hija del matrimonio de James Fieschi y Francesca di Negro de Génova.  La familia era de mucha fama y fortuna durante el siglo XV, y cuenta con dos Papas: Inocencio, IV y Adriano V.
Catalina fue conocida más tarde en el mundo como modelo de conducta, admirada no sólo para la Iglesia Católica sino también por otros bautizados.
Dedicó toda su vida al Señor, entregándose a El desde muy joven. De niña fue muy obediente y en sus actitudes ya sobresalían los deseos por la santidad y la penitencia. Con tan solo ocho años de edad ya mostraba una inclinación particular a la penitencia, cambiando su cama cómoda y lujosa por el duro piso, y su almohada por un áspero tronco.
Al cumplir doce años tuvo su primera visión del amor de Dios, en la cual Jesús compartió con ella algunos de los sufrimientos de su Santa Pasión. A los trece años decidió abrazar la vida religiosa en el convento de las Hermanas de Nuestra Señora de la Gracia, donde su hermana Limbania era ya una Religiosa profesa. Habló con el director de la Orden, pero no aceptaban niñas tan jóvenes en la congregación. Esto causó una fuerte herida en el corazón de Catalina, pero no perdió su fe en el Señor.
Cuando su padre murió, se pensó que era necesario mantener el mando político uniendo en matrimonio a los hijos del mismo rango. A la edad de 16 años se vio obligada a casarse en un matrimonio de conveniencia. Su esposo era totalmente opuesto a Catalina, ella piadosa y él, un hombre de mundo que no tenía compasión ni escrúpulos por nadie, ni por nada. Los primeros años de su vida matrimonial fueron muy difíciles.
Catalina, después de haber aguantado muchas infidelidades de parte de su esposo, a los cinco años de casada, se sintió abandonada de todos y en profunda desolación, incluso de Dios. Volcó su vida a la frivolidad, de fiesta en fiesta, trataba de buscar un significado a su vida. Pero esto no la llenó de paz ni de gozo, mas bien de desesperación y depresión.
Su Conversión
El 21 de marzo, de 1473, en la fiesta de San Benito, su hermana Limbania le sugirió que fuera donde un sacerdote confesor, ella consintió. Se encontró con un santo confesor por medio del cual el Señor la llenó de gran fortaleza y de Su amor incondicional; cayó en éxtasis y se sintió incapaz de confesar sus pecados.  En ese momento el Señor le mostró toda su vida como pasada en una película; pudo ver la traición que ella había hecho al amor del Señor, pero al mismo tiempo pudo ver a través de las Sagradas Llagas de Jesús, la gran misericordia del Señor por ella y por todos los hombres, y el contrastante amor de Dios y el amor del mundo. Esto le hizo repudiar desde ese momento el pecado y el mundo.  Ese mismo día, estando en su casa, el Señor se le apareció, todo ensangrentado, cargando la cruz, y le mostró parte de Su vida y de Su sufrimiento. Ella, llena del amor del Señor y triste por los diez años que había desperdiciado no amando al Señor, decidió limpiar su vida y así, empezar una vida nueva en El.
Luego, Nuestro Señor durante otra aparición, hizo recostar la cabeza de Catalina en Su Pecho al igual que el Apóstol San Juan, dándole la gracia de poder ver todo a través de Sus ojos y sentir a través de Su corazón traspasado.
Por medio de sus constantes oraciones, su esposo se convirtió y aceptó vivir en celibato perpetuo. Decidió entrar en la orden franciscana terciaria y se trasladaron del palacio a una casa pequeña cerca del hospital, donde servían a los enfermos, ayudándolos a morir en paz. Es allí donde su esposo muere víctima de una enfermedad contagiosa.
Catalina y la Eucaristía
El día de la fiesta de la Anunciación, después de su conversión, durante la celebración de la Santa Misa, en el momento de la Comunión, el Señor le dio un amor ardiente por la Eucaristía, y desde ese día comenzó a comulgar diariamente.
El Señor la invita a estar con El en el desierto
Rememorando los 40 días Jesús pasó en el desierto, Catalina no comía ni injería bebida alguna durante la cuaresma, alimentándose únicamente de la Eucaristía. Continuó haciendo esto todos los años durante cuaresma y adviento. Nunca manifestó debilidad ni dolor, excepto cuando por alguna razón no podía recibir la Eucaristía. El testimonio de que la Eucaristía es Fuente de Vida, se vio sobrenaturalmente manifestado en ella.
Siempre mostró gran reverencia y amor por la Eucaristía. Durante las celebración de la Santa Misa, su espíritu permanecía siempre recogido, sobre todo a la hora de recibir la Sagrada Comunión, muchas veces se le vio caer en éxtasis, y llorando rogaba a Dios perdonara sus pecados.
Ella comentaba que cuando recibía la Comunión sentía que un rayo de amor traspasaba profundamente su corazón, a semejanza de otros místicos como Santa Teresa de Avila, San Juan de la Cruz, Santa Gemma Galgani, Santa Verónica Guliani y el Padre Pío. Esto es el don de la transverberación. Su gran amor por Nuestro Señor en la Eucaristía, la hacía desearlo solamente y únicamente a El.
Sacrificio y mortificación. La Agonía y el Éxtasis
Durante los primero cuatro años, seguidos a su conversión, practicó sacrificios y penitencias para disciplinar sus sentidos, mortificando todo deseo de la carne. Se abstuvo de comer carne y todo tipo de frutas. Dormía sobre objetos puntiagudos que cortaban su piel y le ocasionaban sangramiento. Practicó una fuerte austeridad durante estos años, pero siempre tuvo el cuidado del cumplimiento diario de sus deberes. Pasaba largas horas en oración para poder llenarse del Señor y permanecer fuerte en los momentos de tentación.
Como todos los santos, dedicó su vida a amar a Dios y al servicio de los hermanos no buscando su propia comodidad y deseos.
La penitencia que Catalina practicaba era muy fuerte, tanto así que nuestro Señor en una ocasión le ordenó que cesara de practicar esas mortificaciones y penitencias tan severas, a lo que ella obedeció.
Catalina siempre buscó la vida escondida, deseando la vida íntima con el Señor, pero nunca tomó ningún don como merecido, pues sabía que por ella misma nada bueno podía hacer. En todo ello veía el gran amor de Dios, rogándole que siempre se hiciera en ella Su voluntad.
Durante una aparición el Señor le dijo: "Nunca digas yo deseo, o yo no deseo. Nunca digas mío, sino siempre nuestros. Nunca te excuses, sino que siempre estés pronta para acusarte a ti misma".
Batalla ente el Amor Divino y su amor propio.
Catalina describía el amor propio como el odio propio, decía que el amor propio es el anzuelo puesto por el diablo para hacernos caer y la estrategia para traer el mal al mundo.
El alma absorbida por el amor propio se dirige a la total ruina espiritual. Sorda y ciega para la Verdad, condena su ser voluntariamente, abriéndose camino al Purgatorio o a la eterna agonía del infierno. Para ella el amor propio causa mayor muerte que la muerte de nuestro propio cuerpo, pues nos aparta del Amor Divino, de la Verdad y de la verdadera Voluntad de Dios. "La mejor manera de amar al Señor de una forma plena es olvidándose de uno mismo", insistía.
Muerte de Santa Catalina de Génova
Nueve años antes de su muerte, Catalina sufrió estuvo muy enferma. Nada quitaba sus dolores y su condición iba deteriorándose paulatinamente. Sufrió mucho a semejanza de su Divino Esposo, no había una sola parte de su cuerpo que no sufriera dolor. Su cuerpo y su espíritu estaban completamente unidos a los sufrimientos de la Pasión de Cristo, aun cuando dormía.
Durante el último año de su vida, vivió prácticamente alimentándose en una semana lo que se come regularmente en un día y, aunque físicamente estaba padeciendo terriblemente, siempre mostró una especial paz.
Catalina murió el 14 de septiembre, de 1507 , día de la Exaltación de la Cruz. Su cuerpo fue enterrado en el hospital donde sirvió por mas de 40 años. Cuando años mas tarde se abrió su tumba, sus vestidos presentaban signos de descomposición así como el ataúd, pero su cuerpo estaba intacto, igual que el día en que había sido enterrado.
Muchos milagros a partir de su muerte.
Una amiga de Catalina que estaba críticamente enferma, tuvo una visión de Catalina en el cielo, gozando de la Luz Divina. Entonces pidió a los enfermeros del hospital que la trasladaran y la colocaran cerca del cuerpo de Catalina, y que pasaran sobre la parte de su cuerpo que estaba enfermo, un pedazo de tela del vestido de Catalina, en ese instante la amiga de Catalina pidió la intercesión de la santa e inmediatamente fue sanada.
Fue Canonizada el 18 de mayo de 1737 por el Papa Benedicto XIV.
Su cuerpo permanece incorrupto en la iglesia del hospital donde sirvió tantos años. Su nombre original es la Santísima Annunziata, pero se agrega el de Santa Catalina.  Originalmente era parte del hospital pero este fue destruido por la guerra mientras que la iglesia fue prodigiosamente salvada. Hoy día la iglesia es mantenida por los frailes franciscanos.
Dirección de la iglesia: Santuario S. Caterina da Genova; Viale IV Novembre, 5 - 16121 Genova

Revelaciones del Señor a Sta. Catalina:(D = Dialogo espiritual - P = Purgatorio)

El alma "no podía quedar sacia" de los bienes terrenales. "Cuanto más los buscaba" menos se aquietaba. (D 17)

"Ves tú esta sangre? Toda se ha esparcido por amor tuyo y para reparación de tus pecados". (D 51)

"Desde ahora en adelante todo lo que acaecerá lo quiero recibir de la benigna mano de Dios". (D 69)

"Las almas del Purgatorio son todas transformadas en la voluntad de Dios y se contentan de todo lo que El ha establecido". (P22)

"No creo que se puede encontrar felicidad comparable a la de un alma purgante", aun si sufre una "pena tan extremada" que no se encuentre lengua capaz de expresarla. (P4-5)

Sobre el pecado:
La fuente de todo sufrimiento es originado por el pecado. Dios creó el alma pura, simple, libre y con deseos para adorarlo a El. Todo esto se perdió por el pecado original y por los demás pecados actuales, aumentando el pecado y disminuyendo la comunicación y comunión con El, llenando el alma de oscuridad y apartándola de Dios.
Sobre el infierno y las almas:
Así como el espíritu purificado no encuentra reposo solamente en Dios por quien fue creada, así las almas en pecado no pueden descansar más que en el Infierno, razón por la cual tuvieron ese fin.

lunes, 17 de enero de 2011

VOCACIÓN A LA SANTIDAD

         
Todo hijo de la Iglesia debe comprender que está llamado a ser santo[1]. El ser siempre y enteramente santos, como santo es el que os llamó [2] neotestamentario sitúa al cristiano en el horizonte de una vida conforme al designio divino que pide la perfección en el amor. Es precisamente el Señor Jesús quien invita a seguir su camino hacia la plenitud, enseñando: Por lo tanto sean perfectos como es perfecto vuestro Padre que está en los cielos[3]. La palabra del Señor invita a todos cuantos la oyen a la vida santa. «El divino Maestro y Modelo de toda perfección, el Señor Jesús, predicó a todos y a cada uno de sus discípulos, cualquiera que fuese su condición, la santidad de vida, de la que Él es iniciador y consumador»[4]. El Concilio Vaticano II ha sido muy claro al respecto dedicándole todo un capítulo de la Constitución Dogmática Lumen gentium[5]. En él leemos un pasaje fundamental en el que conviene reflexionar: «Es, pues, completamente claro que todos los fieles, de cualquier estado o condición [6]están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad, y esta santidad suscita un nivel de vida más humano incluso en la sociedad terrena. En el logro de esa perfección empeñan los fieles las fuerzas recibidas según la medida de la donación de Cristo, a fin de que, siguiendo sus huellas y hechos conformes a su imagen, obedeciendo en todo a la voluntad del Padre, se entreguen con toda su alma a la gloria de Dios y al servicio del prójimo»[7].
La vocación a la vida cristiana y el llamado a la santidad son, pues, equivalentes, ya que todo fiel está llamado a la santidad[8]. La santidad está en la misma línea que la conformación con Aquel que precisamente es Maestro y Modelo de santidad. Nadie pues que realmente quiera ser cristiano puede considerarse exento del imperativo de aspirar a la santidad. Ninguna excusa, como la dificultad de ese camino o las atracciones del mundo o lo complejo de la vida hodierna, puede aducirse para escamotear el destino de felicidad al que Dios llama al hombre. No hay, pues, excusas válidas para desoír el llamado a caminar hacia la plenitud, hacia la felicidad plena. Existe sí la libertad de decir «no». Siempre existe esa posibilidad, pero al decir «no» la persona se está cerrando al designio que Dios le tiene preparado, es decir, está renunciando a su felicidad. Es posible decir «no», pero esa es una actitud no libre de gravísimas consecuencias para la persona y para la misión que está llamada a realizar en el mundo. En el fondo, decir «no» es optar por la muerte. Es sin duda rechazar la Vida que trae el Señor Jesús, es no conformarse a la vida cristiana que de Él proviene, es cerrarse al camino de profunda transformación y quedarse sumergido en las propias inconsistencias, en el anti-amor, en la anti-vida.
No es el caso abundar aquí sobre la naturaleza de este llamado a la santidad y el designio divino sobre el ser humano[9], pues además del Concilio Vaticano II no pocos autores se han ocupado de él[10], y por lo demás hoy es un asunto bien conocido. Hay, sin embargo, algunas cosas que conviene poner de relieve.
Si bien la santidad en la Iglesia es la misma para todos[11], ella no se manifiesta de una única forma. Por ello la insistencia en que cada uno ha de santificarse en el género de vida al cual ha sido llamado, siguiendo en él al Señor Jesús, modelo de toda santidad.
Cada uno, en su estado de vida y en su ocupación, desde sus circunstancias concretas, «debe avanzar por el camino de fe viva, que suscita esperanza y se traduce en obra de amor»[12]. Así, el obispo se ha de santificar como obispo concreto, el sacerdote como sacerdote concreto, el diácono como tal, las diversas categorías de personas que han sido llamadas a la vida de plena disponibilidad en su llamado y circunstancias concretas, los laicos casados como casados[13], y los laicos no casados aspirando a la perfección de la caridad como laicos. Así pues, cada uno ha de buscar santificarse en su propio estado, condición de vida y en sus circunstancias concretas. Esta es una enseñanza de siempre, si bien el Vaticano II ha sido ocasión para que recupere toda su fuerza doctrinal[14].
Esta vinculación de la misma vida cristiana con la santidad está fundada en el bautismo, cuyas virtudes cada bautizado debe procurar conservar, manteniéndose en la relación con Dios que la gracia posibilita y evitando toda ruptura en esa relación fundamental. Igualmente se trata no sólo de permanecer en el amor y así permanecer con Dios[15], sino de poner por obra la gracia amorosa que el Espíritu derrama en los corazones[16]. El cristiano que realmente aspira a ser coherente ha de vivir según la fe en todos los momentos de su vida, nutriéndose de la gracia y celebrando la fe de tal modo que toda su vida se desarrolle en presencia de Dios, en espíritu de oración, aspirando a que los dinamismos de comunión se alienten en el ejemplo del don eucarístico. No existe eso de cristiano en cómodas cuotas horarias, diarias ni mucho menos semanales. La vida cristiana debe manifestarse cotidianamente y en todos los momentos. Así, cada uno irá cooperando desde su libertad con la gracia recibida, creciendo en amorosa adhesión al Señor Jesús y conformándose con Él, tendiendo a la perfección del amor de la que nos da paradigmático ejemplo. Así pues, una vez más con la esperanza de que quede del todo claro: «Todos los cristianos, por tanto, están llamados y obligados a tender a la santidad y a la perfección de su propio estado de vida»[17]. Es decir, todos, en los distintos estados y condiciones de vida, han de orientar su existencia según el Plan de Dios evitando dar cabida a pensamientos, sentimientos, deseos o acciones que obstaculizan ese designio divino y llevan a considerar como permanente este mundo que pasa[18], y buscando seguir cada vez más de cerca el Plan amoroso de Dios hasta producir los frutos del Espíritu, viviendo y actuando según Él[19].
La santidad es el gran regalo para el ser humano. Por los misterios de la Anunciación-Encarnación, Vida, Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión del Verbo Encarnado, el amor de Dios se abre de modo inefable a la humanidad y posibilita el restablecimiento, a niveles impensados, como «hijos en el Hijo», de la amistad con Dios. Esta santidad es pues decisiva para la felicidad del ser humano. Es meta fundamental a la que se debe tender para alcanzar la plenitud. No es superflua, en lo más mínimo, aunque es gratuita. Se debe siempre a la iniciativa y al don de Dios, pero requiere de una colaboración entusiasta y eficaz. El deber querer ser santo es algo que debe ir con naturalidad con la vida cristiana. Todo creyente debe dejarse invadir por un intenso ardor por aspirar a la propia santidad. No hacerlo es demencial. Todo bautizado debe tomar conciencia de qué significa realmente ser bautizado y valorar tan magno tesoro pensando, sintiendo y actuando como cristiano. Es, pues, necesario que cada uno ponga el mayor interés y dedique lo mejor de sí a responder a la gracia, cooperando con ella desde su libertad para vivir cristianamente y así acoger el designio divino y llegar a ser santo, para llegar a ser feliz.
Pienso que la asincronía existencial que el secularismo ha introducido de manera flagrante en la vida de los seres humanos de hoy es el mayor peligro de la seducción del mundo en el aquí y ahora. La coherencia y unidad del ser humano no pueden ser juguete de los ritmos de la vida hodierna, ya que su felicidad eterna está en juego. Así pues, si un bautizado no encuentra en sí el suficiente entusiasmo para entregarse con todo su ser a la hermosa tarea de hacerse ser humano pleno en amistad con Dios, ha de preguntarse, ante todo, ¿qué mentira le tiene embotado el corazón? ¿por qué se permite la locura de vivir en una dualidad exis- tencial, por un lado lo que dice creer y por otro su vida diaria? La santidad es una apasionante tarea que, cuando se la entiende como lo que en verdad es, despierta un entusiasmo desbordante y una opción fundamental firme por vivir a plenitud la vida cristiana, viviendo, precisamente, en cristiano los diversos actos en que se va manifestando la existencia[20].
En el proceso de valorar la santidad y de entusiasmarse por ella, hay una persona que ilumina toda santificación en la Iglesia. Es María[21], Virgen y Madre, que brilla ante todos como paradigma ejemplar de todas las virtudes[22]. Ella que es el fruto adelantado de la reconciliación «en cierta manera reúne en sí y refleja las más altas verdades de la fe. Al honrarla en la predicación y en el culto, atrae a los creyentes hacia su Hijo, hacia su sacrificio y hacia el amor del Padre»[23]. María, por su adherencia y unión con el Señor Jesús, es modelo extraordinario de santidad, que se expresa en su fe, esperanza y amor, y desde esa santidad, ejerciendo tiernamente la tarea de ser Madre de todos sus «hijos en su Hijo», que le fue explicitada al pie de la Cruz[24], coopera a la santidad de cada uno ayudando a su nacimiento, guiándolo, educándolo en la adhesión y comunión con el Señor Jesús[25].
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